jueves, 28 de enero de 2010

PUESTO DE ARROPIAS

Pipas y ALtramuces
Pipas y Altramuces.

¿Quién no ha tenido en la niñez cerca de su casa un puesto de arropías? Entonces proliferaban como proliferaron las videotecas, o hace unos años las inmobiliarias. En mi niñez la cantinela de la casa era ¡Mama dame una gorda “pa” pipas! O en su defecto se aceptaban también las perras chicas. Diez o cinco céntimos de peseta. Puede parecernos ahora, como a mí cuando mi madre hablaba de céntimos de pesetas, un céntimo o medio céntimo. La perra gorda (10 céntimos de peseta) trasladada a euros serían 0,0601012 €, ¡vamos un capital!. Pero lo cierto es que cundía.

Monedas
Monedas de diez y cinco céntimos de peseta.


Delante de mi casa estaba Amalia, una señora con moño, que vivía en el horno de las Pavas. A una de sus hijas la atropelló el pelotón de una carrera ciclista de las que se celebraban en la Victoria, y su hijo, siempre con muy mal color de cara –mi madre decía que padecía del hígado- se comía todas las pipas del puesto. El puestecillo lo ponía en la esquina de la Taberna la Mezquita. Arropías, que era lo que daba el nombre al puesto; Las pipas de girasol; los altramuces –saladillos o chochos-; la harina de algarroba, en sobrecitos como los del azafrán; las algarrobas; las chufas; las almezas; las garrapiñadas; las pastillas de leche de burra; los cigarrillos de matalauva; el regaliz, el palodú de palo –un lugar muy rico en paloduz era el Puente Viejo, bajando la Cuesta de los Visos, en las orillas del río Guadajoz, detrás de la Venta-; el pirulí de la Habana; el chicle Bazooka, Cheiw; los caramelos Pictolín, los Saci; los barquillos… con diez céntimos podías comprar de casi todo.

Bazooka
Chicle Bazooka.

En la calle estaban los vendedores ambulantes, el “coqui chibiricoqui”, al rico parisién, los polos de anilina, y otras golosinas. Los voceaban los vendedores cada producto con su titulillo característico y su sonete singular para cada uno:

“¡Arropías de Turquía, las llevo largas y retorcías, qué ricas y qué buenas llevo yo mis arropías!”; “¡Hay corrucos!” ; “¡Al rico parisién, compre!”; “¡Hay helado, rico mantecado, helado, el polo, helado, el corte, helado, el bombón helado!”; “¡Al rico pirulí de la Habana, chupa, chupa, que chupa, hasta que te dé la gana!”, que vendían clavados en una penca de pita; “¡Piñones, como cabezas de gorriones!”; “¡Almendras de los almendros, los niños las cogen y yo las vendo, peladas y garrapiñadas, oiga!;; luego más moderno el “¡Vamos a vender! de Pepito el de los piñones de la calle de la Plata.


Cheiw
Chicle Cheiw.

El Pirulí de la Habana.

Un caramelo con palo de forma cónica, como un capirote de nazareno, liado en un papel difícil de quitar, como no sea que empieces chupa, que chupa, para despegarlo. El Pirulí fue inventado por un señor llamado José Arechavaleta. Este vasco tenía una destilería de azúcar en La Habana y se le ocurrió hacer caramelos con los residuos, ponerles un palito para agarrarlos y así nació el pirulí. Luego el inventor del Chupa Chups (que se forró) caramelo redondo con palo pero copiado del pirulí, al que siguió la piruleta, caramelo plano con palo, el redondo ya lo terminó de lanzar Telly Savalas el calvo de Kojak.

Piruli
El rico Parisién.

El vendedor tocado de un gorrito blanco llevaba una cesta con una sola mano en postura acrobática y pregonaba: ¡Al rico parisién! e iba que se las pelaba corriendo.

Las pastillas de leche de burra.

Eran unas pastillas muy dulces, de color blanco que en principio se vendían en farmacias como complemento nutricional, luego acabaron en los puestecillos de distintos colores, posiblemente serían una copia. Como curiosidad incluso alimentaban las burras en Francia a niños huérfanos, a lo mejor es una “burrada” pero parece ser que fue así.


Regaliz
Regaliz.

El “palodú” paloduz de palo o regaliz.

Lo vendían cortándote un trozo con una navaja. En una visita al Botánico conocí -luego me documenté más-, las propiedades de regaliz, ya se conocía en la antigüedad su contenido en una sustancia que produce hipertensión y que puede bajar los niveles de testosterona en los hombres, Así que cuidado con el regaliz por la disminución de la líbido, lo mío fue la tensión, no la líbido..., bueno créanse lo que quieran. Lo que sí es cierto es que yo no podía tomar las Pastillas Juanola, estas eran en forma de rombo, negras y su formula era: regaliz, eucalipto y mentol. En cierta ocasión me tomé una caja entera y se me pusieron los labios como a un primo de Obama.

Algarrobas
Algarrobas.

La harina de algarroba.

Eran unos sobrecitos como los del azafrán, que te los volcabas de una vez en la boca, te tapizaban el velo del paladar para todo el día, y no tenías lengua suficiente para quitártelo en seco, se te rajaba el frenillo. Luego estaban las algarrobas tal y como las coges del algarrobo. Duras con cojones.

Chufas

Las chufas.


El coctel de altramuces y pipas de girasol, las chufas.

Una mezcla de las dos cosas era un mezcla especial, el frescor de los altramuces y su humedad y la sequedad y salado de las pipas. Las chufas estaban buenísimas, en un lebrillo con agua.

Las almezas.

Sabrosas y dulzonas y luego a molestar a la gente con el canuto tipo cerbatana, disparándolas, a riesgo de darle al vecino en un ojo.

Y muchas más que se me olvidan, son todas de los cincuenta del siglo pasado, las modernas las he dejado para otra entrega si procede.

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Lo siguiente es un comentario precioso, que merece estar en el cuerpo de la entrada y como tal yo me he permitido hacerlo y espero que a Ana no le importe. Muchas gracias por tu aportación

Comentario de Ana.

"Ayer hablaba de mediados de los cincuenta, yo tendría ocho o nueve años y Periquito muchos, muchísimos, o al menos a mí me lo parecía.

Mi abuela nos decía que por respeto a su edad deberíamos llamarle Pedro, pero a los niños nos gustaba más Periquito.

Normalmente vendía las arropias en su casa, situada en la calle Barrionuevo, por las tardes cuando había fútbol sacaba su cesto a Santiago, lo apoyaba sobre un banquillo plegable y se instalaba frente a la taberna de "Los mochuelos". Unos metros más allá, colocaba su carro con una montaña de caramelos otro vendedor, que pregonaba incesantemente:

- ¡Caramelos Sasi, diez a la peseta, caramelos! ¡Caramelos Sasi, diez a la peseta, caramelos! ¡Caramelos Sasi diez a la peseta, caramelos! -Así se podía pasar horas.

Cuando íbamos una patulea a comprar a casa de Periquito, su mujer le ayudaba, ya que al pobre Periquito le temblaban las manos y sobre todo cuando le pedíamos pipas, rociaba la mitad, su mujer le refunfuñaba y reparaba el daño echándonos "la pasera".

El nombre de ella no lo recuerdo, era conocida en el barrio como "La bien peiná", ya que su peinado y sus ropas estaban siempre impecables, cosa rara y difícil de llevar a cabo por aquellos años.

A mi me parecía raro que para estar en casa calzara zapatos, tenía los pies muy pequeñitos y sus zapatos siempre bien lustrados eran como botines, atados con cordones y tacón alto. A mi me gustaban mucho.

A pesar de su edad era ágil y ardilosa, iba y venía por el pasillo taconeando por las viejas y desdentadas baldosas, que parecían quejarse con sus incesantes crujidos.

Un día hurgando en el baúl de mi abuela, encontré bien envueltos en un paño, unos zapatos idénticos a los de la arropiera, sus suelas estaban limpias, nadie los había usado,me pareció como un regalo de mi hada madrina, sin pensarlo dos veces me los calcé y salí al patio a lucirme delante de las vecinas, que a esa hora cosían al sol escuchando la novela de turno, "El amo" "Ama Rosa" no sabría decir cual. Lo gritos de mi abuela truncaron mis sueños de Cenicienta:

- ¡Quítate esos zapatos ahora mismo! ¡Quítatelos, son para mi mortaja!"



15 comentarios :

José Manuel Fuerte dijo...

El paludú de palo (que algunos pronunciaban paledú) había que mascarlo una barbaridad para que soltara ese jugo dulzón y al mismo tiempo sequerón, pero luego nos lo cambiaron por una especie de gominola alargada, negra y pegajosa, y ya nunca más volví a ver el "paledú".

Yo, afortunadamente, cogía las almezas directamente del árbol, cercano al Guadalquivir. Estaban las verdes, que eran incomibles, las amarillas, algo más sabrosas, y las moradas, blandas y muy dulces. En todo caso, sus huesos, para las guerrillas contra los del barrio de al lado.

¿Y los chochos, en las noches de verano en los cines?

Buena recopilación, Paco. Me voy a comer un chicle "chei" para celebrarlo.

Paco Muñoz dijo...

Nosotros íbamos a por las almezas a la Huerta de los Ríos, pasando la Granja del Estado, en la carretera de Casillas, se me hacía eterno el retorno.

El palodú de palo en las orillas del Guadajoz como digo en la entrada. Era un terreno en el que había mucho, hay había que ir en bibicleta, Cuando las Cuesta de los Visos tenía bastantes curvas.

Esas gominolas no las he probado o alguna vez yo le tenía respeto al regaliz, por lo del primo de Obama.

Yo me voy a comer lo que me ponga el ejecutivo.

Un saludo

Anónimo dijo...

Ben, el palodú lo sigue vendiendo una mujer en el mercado de la Corredera, donde están los puestos de pescado, entrando a la izquierda pero sin puesto, pegada a la pared.

harazem dijo...

Sobre el chicle último que nombras había un chiste mu malo, pero que tenía su gracia. Un niño llega a una arropiera y dice:

- Deme cinco chicles.
- ¿Cheiw?
- No, chinco,

Paco Muñoz dijo...

Es buenísimo Manolo, Conchi se ha pegado un lote de reír, lo sabia pero no se acordaba. Ese es como el de la Sal de fruta.
-Me da un bote de Sal de fruta.
-¿ENO?
-Pos claro e lo has a dar acío.

Ana dijo...

Yo compraba las arropias en casa de mi vecino Periquito, un viejecito enjuto y de mal talante. No tenía puesto, llevaba sus productos en un cesto de mímbre
Mi padre daba a mis dos hermanas y a mí una peseta a la semana,íbamos a Periquito y comprábamos de todo con aquél dineral,hasta que a mí que era la mayor se me ocurrió un negocio.
Le vendía a mis hermanas azúcar caramelizada con almendras.el famoso piñonate.
Mi padre trabajaba en la Azucarera y el azúcar era gratis, las almendras nos las regalaba mi tía que tenía una huerta, con lo cual la materia prima era gratis y yo me embolsaba todos los domingos las pesetitas de mis hermanas, que junto con la que me daban a mí me alcanzaba para ir a la matiné del cine de la Magdalena.
Lástima que con la edad mis ideas de negociante se esfumaron.

Paco Muñoz dijo...

Ana es muy bonito, y sobre todo lo es más que hayamos contribuido a que nos cuentes tus vivencias, eso es muy importante, en el fondo es lo importante, que se pierda lo menos posible de los recuerdos de todos, por muy pequeños e insignificantes que nos puedan parecer.

No sabemos más cosas del Periquito, ni en los años que tenía en negocio, ni en los que lo tenía tú. Me imagino que sería la azucarera de Villarrubia, mi padre tenía allí un amigo-paisano de "Graná" que era capataz. La azucarera se perdió lo mismo que tu incipiente "negocio". y en el barrio que os vio a todos. Pero eso podemos dejarlo como secundario lo importante es lo que aportas.

Muchas gracias Ana.

Ana dijo...

Ayer hablaba de mediados de los cincuenta, yo tendría ocho o nueve años y Periquito muchos, muchísimos, o al menos a mí me lo parecía.
Mi abuela nos decía que por respeto a su edad deberíamos llamarle Pedro, pero a los niños nos gustaba más Periquito.
Normalmente vendía las arropias en su casa, situada en la calle Barrionuevo, por las tardes cuando había fútbol sacaba su cesto a Santiago, lo apoyaba sobre un banquillo plegable y se instalaba frente a la taberna de "Los mochuelos". Unos metros más allá, colocaba su carro con una montaña de caramelos otro vendedor, que pregonaba incesantemente: ¡Caramelos Sasi, diez a la peseta, caramelos! ¡Caramelos Sasi, diez a la peseta, caramelos! ¡Caramelos Sasi diez a la peseta, caramelos! Así se podía pasar horas.
Cuando íbamos una patulea a comprar a casa de Periquito, su mujer le ayudaba, ya que al pobre Periquito le temblaban las manos y sobre todo cuando le pedíamos pipas, rociaba la mitad, su mujer le refunfuñaba y reparaba el daño echándonos "la pasera".
El nombre de ella no lo recuerdo, era conocida en el barrio como "La bien peiná", ya que su peinado y sus ropas estaban siempre impecables, cosa rara y difícil de llevar a cabo por aquellos años.
A mi me parecía raro que para estar en casa calzara zapatos, tenía los pies muy pequeñitos y sus zapatos siempre bien lustrados eran como botines, atados con cordones y tacón alto. A mi me gustaban mucho.
A pesar de su edad era ágil y ardilosa, iba y venía por el pasillo taconeando por las viejas y desdentadas baldosas, que parecían quejarse con sus incesantes crujidos.
Un día hurgando en el baúl de mi abuela, encontré bien envueltos en un paño, unos zapatos idénticos a los de la arropiera, sus suelas estaban limpias, nadie los había usado,me pareció como un regalo de mi hada madrina, sin pensarlo dos veces me los calcé y salí al patio a lucirme delante de las vecinas, que a esa hora cosían al sol escuchando la novela de turno, "El amo" "Ama Rosa" no sabría decir cual. Lo gritos de mi abuela truncaron mis sueños de Cenicienta: ¡Quítate esos zapatos ahora mismo! ¡Quítatelos, son para mi mortaja!

Paco Muñoz dijo...

Ana, sabes que pensando un poco ha pasado por mi memoria la figura de ese vendedor. Yo iba mucho de chaval a la calle Barrionuevo, allí había un señor que hacía palillos cordobeses para la platería y como yo era aprendiz llevaba y traía trabajo para ese señor. Era a mitad de la calle a la izquierda, en una casa de vecinos que tenía unas galerías con baranda de hierro. Luego conocía a personas en la calle del Tinte, precisamente una tía abuela mía, que se llamaba Manuela Jurado Villaviciosa, y su cuñada María Vella Viedma, casada con José Jurado Villaviciosa. Y como no, en la calle del Viento a pesar de estar más lejos. En los Mochuelos he entrado bastante.

Me he permitido añadir tu comentario al cuerpo de la entrada, sin tu permiso pero espero no te importe. Para ver las entradas tienes que mirarlas el cuerpo se ve siempre y tu historia merece estar en primera fila. Muchas gracias por enviarla y más que eso muchas gracias por vivirla y sobre todo por recordarla.

Un saludo.

Anónimo dijo...

No recuerdo la casa que me dices, sé que en Barrionuevo había varios plateros, entre ellos mi vecino Villanueva que hacía los "palillos catalanes", también era filigranero.
Al volver del colegio cuando mi abuela no me endosaba el soplillo para espabilar la lumbre, me gustaba meterme en el taller con las filigraneras, me daban un azulejo, unas pinzas y un manojillo de hebras y yo hacía cabecillas y gurripatos, algunas veces también ayudaba a estirar el oro.

Por los nombres no conozco a las personas que citas, sin duda me cruce con ellas muchas veces.

Paco Muñoz dijo...

Posiblemente sería ese Señor, pero me parece que estaba sólo en su pequeño taller. Luego me parece que murió, tenía su banco en una primera planta y creo como te dije que era una galería con baranda metálica.

Entrando desde Santiago en la acera de la izquierda.

Gracias por tus aportaciones Ana.

Ana dijo...

Hoy he estado en el mercado, le he comentado a la señora que vende el palodú que su puesto se mencionaba en Internet y se ha puesto muy contenta, lamenta no tener ordenador.

Paco Muñoz dijo...

Sabes que puedes imprimir el comentario y dárselo en la mano. Si tu quieres me pasas tu dirección de correo electrónico (en privado no la hagas pública) y yo te lo envío todo en Word.
Muchas gracias

Carlos Marín dijo...

Además de todas las chuches que has citado, se vendían truenos. Eran unas tiras de cartón fino con unos pegotillos rojo oscuro cada tres centímetros. Se vendían según el número de truenos que recortaban de la tira. Tenían dos usos, el normal que consistía en arrastrar el trueno con fuerza por la pared hasta que prendía dando chispazos y otro que consistía en irte a un lugar oscuro, pasarte el trueno por la lengua y mojado aplicártelo en la cara y frente hasta conseguir un semblante verde residuo toxico que nos encantaba. Aunque por suerte sobreviví, hoy su venta para esos fines tendría cárcel. En la Plaza de Regina donde vivía, se establecía una arropiera que se llamaba Rafalita, ella tenía su casa en los callejones de Regina, en invierno los nenes del barrio le ayudábamos a transportar el carrito con todo lo que describes pipas, chicles, harina de algarroba en tubitos envueltos en papeles de colores, etc.etc. La caseta, aparte del carricoche, se componía de cuatro paredes de tablero de madera que daban cobijo al carrito. El tablero de la cubierta era el que más pesaba porque tenía una visera que sobresalía en el frontal para que no lloviera a los clientes. Después del transporte nos lo agradecía con un quiqui de bandera. En verano no ponía casetón, de noche, su única bombilla iluminaba la plaza, delante de la bombilla, en una cuerdecita colgaba por el cuello unos muñequitos pequeños para las niñas, con la proyección de la sombra de los muñecos en la pared del convento de Regina esta adquiría un aspecto macabro. De foto vamos.

Paco Muñoz dijo...

Carlos muchas gracias, extraordinaria descripción del puestecillo de tu barrio. Es como si se le viera, nosotros teníamos tres, cercanos el de la puerta de mi casa se llamaba Amalia, en Torrijos puerta de Maternidad (san Jacinto) la abuela de un amigo puso otro, y en la esquina del Caño Quebrado había otra señora. Se te han olvidado las pastillas de leche de burra, las chufas, altramuces, paloduz de palo, ah, y los cigarros de matalahúva.

Con los truenos o mixtos garibaldi, se hacían barbaridades, eso de mojarlos en la lengua o rozarte los dientes o la cara para parecer un indio fosforecente, no lo he hecho nunca, era muy venenoso el fósforo y yo era consciente de eso, en 1973 murieron varios niños por ese tipo de intoxicación. Unas tiras de papel con aquellas gotas rojas. Otras veces hacía una bola hueca con las manos y te los ponías dentro. Lo más normal tirarlos al suelo hasta que se consumían.

Nosotros íbamos más lejos, clorato potásico y azufre, y dos chifletas, entre medias el de las dos el producto y cuando las pisaban eran una explosión bastante gorda. O tres cerillas de las del palillo encerado, liadas en papel de aluminio, encenderlas por debajo y era un motor a reacción cuando se inflamaban, salían como un cohete.

Lo de la proyección de los muñecos en las paredes del Convento de Regina, es un punto, me lo imagino ampliado en la pared. Casa el Gallego una taberna de solera. Y un amigo que tenía, que lamentablemente murió, se llamaba Manuel López, algo mayor que yo, y que vivía entrando por la Plaza de las Tazas desde Regina, la puerta de enfrente, puede que el número 14. Después más reciente, no sé si en el 1, o el 2 de Regina había un platero que tenía un león en la terraza. Como el torero de Ubrique. Por lo menos eso decían.

Anda que no salen cosas.

Salud Carlos